A mi madre le gustaba el amanecer.
Con el canto de los pájaros su corazón se llenaba de
alegría, especialmente con el saludo del amigo mirlo. La luz iba
intensificándose y la retina la absorbe para hacerle llegar al cerebro la
vibración fuerte de vidas contenida en ella. Nubes rosadas, ramas verdes de
árboles, parloteo de aves, flores dispuestas a terminar de abrirse y ofrecernos
sus múltiples colores y perfumes.
Con la fuerza del día todo es posible, quedan atrás
en las sombras temores y cavilaciones, obsesiones y vanidades, muerte. La luz
lo inunda todo, Vida, en múltiples ocasiones también el sol, y ante el despliegue de este manto de alta frecuencia el ser sabe y siente que puede
expansionarse, crecer, absorto en la contemplación del alba, despidiendo a las
estrellas y a la luna, saludando a los colores del arco iris, filamentos
renovadores para el alma.
A mi madre le gustaba el amanecer y juntas, ella
allá en el cielo tan merecido y yo aún en este hermoso planeta, damos las
gracias por la Vida que nos permite la comunión en el amor con tanta belleza y
armonía, ternura y felicidad. Éxtasis, cantos en silencio exultantes de gozo en
Dios. No existe nunca la soledad, nunca estamos solos. Todo es Luz. Todo es Amor.
¡Qué precioso recuerdo de la figura materna, María José!
ResponderEliminarLo has plasmado con un lenguaje rico en bellísimas metáforas (el manto de alta frecuencia, los filamentos renovadores) y una filosofía panteísta. Los que tuvimos la suerte de conocer a tu madre sonreímos al leer el texto que le has dedicado porque en él se refleja ella, y al mismo tiempo te ves reflejada tú, que has heredado el gusto por el amanecer que renace a la vida, la fe, la calma y el sosiego.
Gracias por estas bellas palabras que tanto bien aportan al mundo, sin condiciones, como el amor materno al que homenajeas...
Un beso
Ricardo