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16 mayo 2012

Mi refugio y mi evasión


Cuando empecé a ver la película La gata sobre el tejado de zinc (Cat on a Hot Tin Roof), dirigida por Richard Brooks en 1958, nunca llegué a pensar que dicha película constituyera una representación de un proceso de sanación y liberación a modo de constelación familiar.

Genial interpretación de todos los actores, magnífico guión y dirección. Una obra de Tennessee Williams que en pantalla ofrece a los sentidos el disfrute de los decorados, de la puesta en escena y de la presencia de estos intérpretes que se sumergen intensamente en sus complejos personajes con tanta soltura y dedicación.

Sin haber leído previamente  ninguna crítica, ni siquiera el guión, que me predispusiera a tener ideas y prejuicios en cuanto a su contenido y personajes, me sumergí en las primeras escenas que, inevitablemente, despertaron mi espíritu de investigación psicológica: ¿por qué el personaje interpretado por Paul Newman (Brick) está sumergido en el alcoholismo? ¿Por qué no puede ser feliz con su linda pareja Maggie (Liz Taylor), que además no carece de inteligencia emocional y que se muestra comprensiva y enamorada? ¿Por qué tanta desgracia? ¿Por qué se refugia en la botella y se evade con el alcohol?

Pero aparecen otros personajes con múltiples síntomas también de dependencia, como es el padre de Brick (Burl Ives), adicto al dinero y al poder, a generar riqueza y tener poder, siendo consciente del juego que ello entraña: desenvolverse en un mundo de mentiras, de hipocresía, de intereses en el cual es necesario adaptarse y sobrevivir demostrando ser el más fuerte, el más hábil, el más astuto. Pues lo importante es tener dinero, mucho dinero y poder. Sin embargo, parece que la proximidad de su hijo Brick, tanto para el padre como para la madre del mismo, junto con su pareja, son dos energías irresistibles, es una atracción inevitable que no consigue dispersar las atenciones que prodigan su otro hijo, Gooper, y su esposa. Como siempre, la luz consigue engullir a las tinieblas, no para destruirlas con saña, sino para transformarlas también en luminosidad y gozo.

Al fin y al cabo, la madre de Brick ha sido una adicta a las compras, acumulando objetos inservibles que terminan en un sótano absorbiendo polvo y olvido. Con los objetos encuentra una especie de refugio también respecto a la dureza y el vacío que encuentra en la convivencia con su esposo. Por su parte, el padre de Brick es adicto a su insaciable sed de dinero y poder, mientras que el hermano y su esposa se muestran serviciales  y complacientes sólo por el interés de heredar. Todos interpretan un papel y ninguno de estos personajes expresa realmente su verdad interior. Pero Brick es el chivo expiatorio de la familia, la oveja negra, es quien carga con los complejos y traumas de todos, se convierte en el inútil de la familia, ya que a él no le interesan ni el dinero ni el poder, sólo desea “desconectar”. ¿Pero qué aflige realmente a Brick? Se nos desvela tras su adicción una muerte lenta que se autoinflige, como castigo, por haber desconfiado en una ocasión y haber fallado a su mejor amigo, quien en realidad era débil y se apoyaba únicamente en su fuerza (también otro personaje dependiente). Un amigo que era muy importante para Brick, mucho más importante que el padre, que sólo se cuidó de proporcionarle “cosas” y dinero (las cosas no lo son todo, como le dice al padre, quien no comprende por qué su hijo le rechaza y se aleja de él, que puede dárselo todo). Será en el sótano de la casa, un lugar asociado a la energía de Escorpio, donde se producen las mayores confesiones y liberaciones de esa noche de tormenta en que las aguas limpian y purifican emociones y sentimientos enterrados en lo más profundo de muchos de estos personajes.

Brick conseguirá perdonarse y abrirse a la verdad que Maggie intentaba comunicarle. Su padre conseguirá abrirse al amor de su esposa, que a pesar de todo está a su lado siempre, soportando su mal carácter. El hermano reconoce que se presta a los juegos de manipulación que su esposa le sugiere, cegado también por las ambiciones materiales. Y el padre de Brick destapa su baúl de los recuerdos, permitiendo al espíritu de su propio padre ayudarle a abrir el corazón, un padre que no supo proporcionarle un mínimo de bienestar material, un vagabundo, un sin techo, un marginado, un inadaptado en extremo, pero que siempre mantuvo a su hijo cerca, a su lado, dándole lo que tenía por poco que fuera, y lo más grande, su cariño. Esa fue su herencia, este es el momento de la verdad, de volver a las raíces, a los antepasados, como significa la casa IV en Astrología y el signo de Cáncer. Una herencia –volvemos a temas de Escorpio y a la casa VIII como fundamento de la película– que nunca reconoció mientras a lo largo de su vida escalaba las cimas del estatus social, del renombre instigado por sus deseos de vanidad, de engrandecimiento y de codicia. Dicha carrera le hizo perder el interés por las personas, por lo que son, por sí mismas, en cuanto a los miembros de su familia y  respecto a sus empleados. Y todo ello sin haber disfrutado ni sentido alegría de vivir, como reconoce en estos momentos en los que el dolor y la muerte le atenazan.

En la verdad, en la sinceridad, afrontando los fantasmas interiores de los miedos más profundos, se produce la apertura de corazón, que es la salvación, lo que nos regenera, nos renueva y nos redime, permitiéndonos renacer, avanzar y evolucionar como Seres Humanos.

Final magistral. Ahora sí se puede manifestar la vida latente, desde y en la verdad, en la autenticidad, con gozo y alegría para expansionarse, la que siempre estuvo ahí esperando ser liberada.

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