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18 mayo 2012

De cómo no perdernos nadando en la riqueza


Antes de que el Sol deje el signo de Tauro, y coincidiendo con esta época en la que todos estamos presentando nuestras declaración de la renta a hacienda (Escorpio), podemos cuestionarnos acerca del valor del dinero, que es lo que gobierna este signo y su regente Venus, y lo que en realidad puede o pudiera aportarnos, yendo más allá de lo necesario para vivir con holgura y dignidad.


Porque, en realidad, la riqueza tiene sus trampas, y hay quienes desean liberarse de sus cadenas aún a costa de ser señalados por el mundo como “locos”. Si no te lo crees, he aquí una historia, seguramente poco común, a modo de ejemplo.


A pocos se nos ocurriría que el psicólogo al que acudimos nos instale confortablemente en un diván que puede subir, subir y subir. Una imagen que no concuerda con lo que, precisamente, se supone que ocurre durante un psicoanálisis: descender al inconsciente y bucear en él para encontrar la clave de la salvación y la curación. Pero es que se trata de encontrar las causas de una posible “locura” en los elevados ideales que inspiran a una bella viuda que pretende legar su fortuna a la Hacienda Pública



Louisa es hija de una ambiciosa mujer (aunque la boca materna predique lo contrario) y los hechos confirman la controversia, pero precisamente porque va creciendo y viendo lo que provoca en su familia este ansia de dinero y poder de la madre. Louisa siente un muy especial rechazo por el “vil metal” y por las personas que lo poseen. Todo su interés es el amor, en una actitud de compensación por el que faltó en su casa.


Así comienza la película Ella y sus maridos, estrenada en 1964, y que protagoniza Shirley MacLaine, en el papel de Louisa Foster, junto a otros magníficos actores. Tenemos por ejemplo al simpático y entrañable Dean Martin en el papel de Leonard Crawley, hijo del magnate de la pequeña localidad donde reside Louisa, y al que asombra ver encarnar este papel de galán maligno que desea casarse con Louisa no por amor, sino precisamente porque ella es la única muchacha de la localidad que no desea ni su dinero ni su posición.


A pesar de que esta película se nos presenta estructurada en una puesta en escena poco común, muy innovadora y original, con unos escenarios magníficos en cuanto a su creación y color, sin olvidarnos del fastuoso y lujoso vestuario, no deja de ser una comedia romántica que nos expone cómo el exceso de codicia y la necesidad de poder deshumanizan precisamente a un ser humano, privándole de su dignidad y del gozo, y lo peor, nos lo presentan en situaciones patéticas que realmente hacen sentir vergüenza ajena, sobre todo en contraste con la nobleza y la sinceridad del personaje de Louisa.


Dick Van Dyke, en el papel de Edgar Hopper, aparece en escena como el polo opuesto a Leonard. No tiene ningún interés por hacer dinero ni por conservarlo, vive en su humilde “finca rural” pescando mientras lee a Thoreau. Precisamente en uno de esos días, reposando en su barquita mientras lee y esperando que algún pez pique el anzuelo de su caña, pescará también a la bella sirena que es Louisa, quien a su pesar será testigo de la gran transformación que sufre este personaje con quien tan sólo deseaba compartir una sencilla pero plena vida de amor romántico.


Nuestras vidas se desperdician por los detalles, pequeños detalles, pequeños”. (Henry David Thoreau).


Esto es algo que no debió olvidar Dick porque se lanzará hacia una carrera loca en pos de dinero y poder, hasta sustituir a los Crawley y hacerse con el control de la ciudad, y mucho más allá. Y Louisa se encuentra con la soledad, con lujos muy solitarios, ya que en realidad su marido se termina enamorando profundamente de sus ambiciones y sólo vive y muere para las mismas.

Louisa conocerá más tarde a Paul Newman, en el papel de Larry, un extravagante pintor entregado al arte por el arte, a la inspiración interior desde la creatividad por el puro placer de permitir el estallido poético, y con quien consigue vivir maravillosamente en una barcaza en el Sena durante algún tiempo. Hasta que un día Louisa, como le ocurrirá posteriormente en otras ocasiones, tiene una de sus inocentes y frescas ideas: lo que puede cambiar una vida escuchar un disco de vinilo. Porque las tentaciones –¡ay, las tentaciones!–, los delirios de grandeza que pueden surgir, son capaces de propulsar a los grandes genios hacia la perdición, hacia el tormento que produce la llama del deseo de poseer y tener más y más hasta ser consumido por ella.


Una bruja que desea desprenderse de su fortuna”, así prosigue Louisa relatando al psicólogo, papel protagonizado por Robert Cummings, sus aventuras, porque aún hay más. Conoció posteriormente a Rod Anderson, papel protagonizado por Robert Mitchum, quien parecía prometer felicidad puesto que ya tenía mucho dinero y poder, así que no tenía por qué ir a buscarlo. Pero, ay, los estragos que puede provocar el alcohol. Dejo que descubráis como un toro puede destruir un hogar tras unas copas de más.


Y como la vida sigue y la música y el baile aportan un toque mágico, Louisa conoce a Pinky Benson, papel protagonizado por Gene Kelly, un artista que disfruta mucho desde hace años con su monótono trabajo. Hasta que un día –de nuevo a partir de una sugerencia de Louisa– aparece en escena sin disfraz, tal cual.


Cuatro matrimonios por amor y un hombre al que odiaba…”

Este empieza a ser el discurso del psicoanalista pero queda interrumpido por su impulsivo deseo de proponerle el matrimonio a Louisa. Sin embargo, nuestra sincera y noble Louisa no duda en rechazarle, puesto que no está enamorada de él en absouto. Los cálculos del psicoanalista no van bien, no contaba con el amor, así que desconecta de la realidad, para nuestro asombro, claro. Y aparece de nuevo en escena el transformado Leonard-Dean Martin, quien ahora trabaja de portero y en cierto modo de guardaespaldas del psicólogo. Louisa le pide perdón por haber arruinado su vida años atrás, sin quererlo, a través de su primer marido, pero Leonard no vive compungido por ello, ni mucho menos:


Cuando lo perdí todo, empecé a vivir”, le dirá Leonard a Louisa. Porque Thoreau de nuevo guía los pasos del amor idealista que conduce a la verdadera felicidad y armonía:

 “Simplificar”.


Tal vez esta clave resulta de nuevo ser muy importante en nuestros tiempos actuales: Simplificar. En 1964, Júpiter estaba en el signo de Tauro, como lo está aún ahora en el 2012, y Urano y Plutón se encontraban en el signo de Virgo, en conjunción. Actualmente se encuentran en cuadratura, desde Capricornio y Aries. Una vez más, estos cambios (Urano) y transformaciones (Plutón) nos están queriendo traer a la conciencia de los hombres nuevas pistas que nos ayuden a conseguir realizar nuestra más importante vocación: ser humanos. Y como seres humanos hemos de recordar que todo lo que nos desvíe de unirnos con el propósito de construir un mundo solidario para todos nos conduce cíclicamente a situaciones tensas en las que hemos de plantearnos cómo renovar y cambiar las estructuras. Y es mejor hacerlo con conciencia y organizadamente que de manera impulsiva y radical, mejor con tiempo para reorientarnos de nuevo desde los más altos ideales que, puestos en acción por un número cada vez mayor de personas, conducirán al planeta a la armonía. Está en nuestras manos. El futuro lo escribimos entre todos. Y no dejamos de tener ayudas, inspiraciones y oportunidades. Siempre es preferible ser protagonistas activos, cada cual a su manera y según su propio destino.

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